lunes, 30 de marzo de 2009

Tardecita tequilera

Las grandes historietas mexicanas también son contracultura.



Tardecita tequilera


Era una tarde desabrida y lagañosa cuando salí de mi casa en busca de algo de acción.
El barrio estaba muy rete calmado. La calle, solitaria. El aire olía a frío y a nada. Desde los lánguidos arbotantes bajaba una neblina helada y pegajosa.
Con el cuello de la chamarra levantado y las manos embutidas en los bolsillos me encaminé a la cantina de la esquina silbando una desabrida tonadilla, cuando me topé con doña Borola.
Traía su estola de boas y fumaba un enorme cigarro de papel periódico.
―Qué jais― me saludó al pasar.
Me quedé parado como idiota.
―No estorbe paso― me empujó la negra Eufrosina. Con un bulto de ropa en equilibrio sobre la cabeza jalaba de la oreja a Memín, que me hizo bizcos y extraños gestos al pasar a un lado.
Panza me saludó con su gorra desde la acera de enfrente y un homcabagui casi me atropella al aterrizar en la banqueta.
―Serenidad y paciencia…― me susurró un tipo vestido como hindú.
Entré en la cantinita.
Desde una mesa del fondo, Tsekub alzó su copa y me hizo un guiño. Obviamente saboreaba un cañabar.
Me urgía aventarme un buen trago. Golpeé con los nudillos en la barra. El cantinero, luciendo un gran mostacho, con bombín y traje antiguo, se acercó parsimonioso.
―Quiero un tequilota con un limoncito.
En el acto me sirvieron un tequilita con un limonzote.
―No, lo que yo quiero es un tequilota con un limoncito.
―Es que este es el bar Botellita de Jerez, caballero. Nuestro lema es: “todo lo que diga será al revés”.
Solté una carcajada:
―Ora resulta que el que se va a chingar a su madre soy yo.
De buen humor, me tomé de un trago el tequilita, me despedí con un gesto y me salí chupando mi limonzote.
Afuera la bruma había desaparecido. La ciudad volvía a estar plagada de ruido. Claxonazos, sirenas y mentadas.
Como siempre, olía a humo y meados.

domingo, 29 de marzo de 2009

Pásenle a lo barrido.

Las editoriales comerciales en México permanecen totalmente cerradas a la publicación de cuentos, relatos y poemas. Se rinde un culto obtuso a la sacrosanta novela en su actual papel de gran vendedora. Pero los narradores de corto aliento seguimos existiendo. Y el cuento en México sigue vivito y pateando.

Publicaré aquí algunos de mis cuentos, previa exhumación, de libros hoy olvidados. También los que rescate del limbo de los libros aún por alumbrar.




El último mexicano


—Papá, ¿qué es un mexicano?
El padre mira el folleto distribuido ex profeso.
—Eran gentes extrañas— lee sin entender—, unidas por un destino incierto.
Padre e hijo tratan de abrirse paso entre la multitud apiñada ante la inmensa jaula de cristal. Al fin, logran ubicarse en la primera línea, frente a los amplios ventanales.

—Por lo valioso de este ejemplar— está diciendo el guía— se ha procurado reproducir, lo más fielmente posible, su hábitat.
Dentro de la jaula, un hombre bajito y bigotón, sentado indolentemente en una especie de diván, tañe con desgano una guitarra. A su alcance tiene una botella a la cual da esporádicos sorbitos.
—Debido a la naturaleza reflejante de los cristales —sigue diciendo el guía—, el espécimen no puede vernos. Esto es para favorecer a su aislamiento. Aunque hemos notado, y ustedes se darán cuenta— el guía se permite una sonrisa maliciosa—, de que él sabe que estamos aquí.
El hombre deja a un lado la guitarra y da un gran trago a su botella. Una lágrima desciende con naturalidad por su mejilla.
—Lo que ven al fondo de su jaula— continúa el guía su perorata— es un retablo en honor de Guadalupe, una deidad mayor a quien los mexicanos adoraban. Pero además se especula sobre una cierta abstracción llamada “El Peso”, que también era muy venerada.
El hombre se incorpora de repente y, acercándose al ventanal, hace extraños gestos y ademanes.
—¡Hoy estamos de suerte!— exclama muy sonriente el guía—. Eso que acaban de admirar es un rito ofensivo. Según los estudiosos, el ademán con el brazo es una mentada y las señas de la mano quieren decir: ¡mocos, gueyes!— El guía se encoge de hombros— Conocemos su simbolismo, pero no su significado.
En el interior, el hombre vuelve a tumbarse en el diván y ataca, sediento, su botella.
—La bebida que consume— acota de inmediato el guía— es un líquido espirituoso llamado tequila al que, para quitar sus efectos perniciosos, se le han adicionado, sin afectar su sabor, los nutrientes necesarios para la subsistencia del sujeto. Además, cotidianamente se le ofrecen diversos alimentos consistentes en maíz y chdile que, como es sabido, constituían la dieta de su raza.
Adentro, el hombre, al fin, permanece quieto con los ojos vidriosos y la mirada perdida.
—Y eso es todo por esta presentación— concluye engolado el guía.
La multitud comienza a dispersarse.

—Papá— pregunta entonces el hijo—, ¿por qué todos los ejemplares están en parejas o grupos y a éste lo tienen solito?
El padre busca presuroso en su folleto.
—No te preocupes, hijito— interviene diligente el guía—. A fin de cuentas los mexicanos siempre vivieron solos.

del libro de relatos, aún inédito, Apocalipsis light.

Uno hiperbreve

La punta de la madeja Cuando ella descubrió su primera cana quiso arrancarla de un tirón, pero como el odioso pelo blanco se prolonga...