lunes, 6 de enero de 2020

Uno hiperbreve

La punta de la madeja



Cuando ella descubrió su primera cana quiso arrancarla de un tirón, pero como el odioso pelo blanco se prolongaba, tiró y tiró, mientras su cuerpo se destejía, hasta que sólo quedó una niña llorando asustada.

viernes, 27 de diciembre de 2019

Un texto subversivo



SIN QUERER QUERIENDO



                                                                                  ... es necesario ligar a esta lucha
                                                                                   con determinados intereses de
                                                                                  la vida cotidiana...
                                                                                                                      V.I. Lenin.


a)    diversión
-Buenas. ¿Esta Pedro?
No, está sobrio, me autovacilo mentalmente.
-Sí, que pases y lo esperes.
Entro en la salita y me siento en un sillón que tiene los resortes de fuera. Cuídanos Virgencita dice el cuadro sobre la repisa con una veladora grandota que echa mucho humo. En la mesa encuentro un Memín y me pongo a leerlo. Me cae en gracia el pinche negrito con sus tenis agujerados, aunque a veces es bien mamón.
Cuando estoy más entrado con el cuento, llega Pedro y me da un manotazo en la espalda.
-Ya estuvo mano. Te lo conseguí.
-Qué suave (parece que el cabrón está más entusiasmado que yo). Y cuándo empiezo.
-Pues mañana mismo. Pero ya sabes que hay que llegar tempranito, porque pasando las siete no se vale checar...
-Qué gacho (no voy a poder desvelarme en las pachangas).
-...Y tienes que irte a la peluquería, porque ahí no te dejan andar con greña...
-Ya, pos qué ojetes (cómo friegan con lo del pelo).
-...Ya ves cómo son esos pinches gringos, pero lo bueno es que te dan uniforme dos veces al año y Seguro Social.
Se ve que tiene ganas de animarme...
-...Y hasta están haciendo un campito de futbol.
... pero como nota mi cara seria mejor se calla.
Entonces me levanto y le doy las gracias.
-Ni modo mano, desde mañana a joderse –me dice cuando me despido-. Y no se te olvide ir a pelarte –me grita todavía desde la puerta.

b)    conversión:
Me voy tratando de recordar aquella onda de la libertad que nos enseñaban en la escuela, pero de todos modos al pasar frente a la peluquería me busco en los bolsillos y saco mis diez últimos pesos, un billete mugroso y arrugado, y entro diciéndoles adiós a las cervecitas de esta noche.
            Mientras caen los primeros mechones, pienso en cómo castran a los toros en los ranchos. Aunque cuando el peluquero dice: servido joven y me pone un espejo enfrente, no aguanto la risa: qué pinches orejotas tengo.
            Al salir de allí ya es de noche. Quisiera ir con los cuates de la cuadra, pero pensando en la levantada de mañana, mejor me voy a mi casa. Al fin que ya ni traigo dinero.
            Paso junto a la barda pintada con tres colores que dice: la permanencia de las instituciones alienta la confianza en el gobierno; y después de voltear a todos lados a ver si no viene alguien, me meo. Ya me andaba. Sintiéndome aliviado, camino con confianza por las calles oscuras: ya estoy en mi territorio. Aunque hay muchos grupitos de chavos en las esquinas, chupando o tronándoselas, todos me conocen y no se meten conmigo. Ya saben que yo también soy de la broza.
            Cerca de mi casa encuentro a Susi. De seguro va al pan. Cuando pasa a mi lado, se burla: ¿qué, te agarró la julia?, y sigue sin detenerse meneando mucho las nalgas. No se me ocurre contestarle nada, nomás me paso la mano por el cabello y me quedo sonriendo como idiota mientras la miro alejarse. Qué buena se está poniendo.
            Entro en mi casa y mi mamá se asombra de verme ahí tan temprano. Le da gusto que me haya cortado el pelo, pero se alegra todavía más cuando le cuento del trabajo. Le digo que tengo hambre y se mete a la cocina y hasta me prepara los frijoles chinitos que tanto me gustan. No, si esto de volverse un hombre serio tiene sus ventajas.

c)    aversión
Lo más cabrón es levantarme. Parece que me acabo de acostar cuanto ya está mi jefa despertándome porque se me hace tarde. Y aunque son más de las seis, todavía ni amanece.
            Dejo, sin ganas, la cama calientita y me voy sin desayunar. A esta hora qué hambre voy a tener. Y luego en la calle qué frío hace, y los camiones tan llenos que van. Nunca me hubiera imaginado que anduviera tanta gente en la calle tan temprano. Todos estos años viví en la gloria sin darme cuenta, en la pura güeva.
            Por eso llego a la fábrica bien encaputado nomás de pensar en todo lo que acabo de perder. Y yo creo que se me nota, porque cuando Pedro me ve, también se pone serio y no empieza con sus bromas. Me lleva con uno al que le dicen el sobrestante y se va luego a su trabajo. A mí me mandan que al Departamento de Embarques y me dan instrucciones: tengo que ponerles un sello a las cajas que van saliendo por una banda y luego ayudar a cargarlas en los camiones que esperan.
            Como al principio me lo tomo con calma y las cajas comienzan a amontonárseme, el dichoso sobrestante no deja de estar fregando, que apúrese joven, que qué pasó con ese camión de la puerta tres, y los compañeros de la cuadrilla empiezan a impacientarse. Así que me tengo que fletar más duro con la cargadera, y total que para la hora de la comida no puedo ni enderezar el lomo.
            Suena el silbato y salimos en bola porque nomás nos dan media hora para comer. Casi todos van y se meten en las fonditas que hay alrededor de la fábrica, pero yo no traigo ni un quinto y el méndigo de Pedro no se aparece a invitarme. Lo bueno es que a mi jefecita se le ocurrió echarme mi lonche: una torta con los frijoles de anoche y un plátano.
            Mientras como, sentado en la banqueta y sintiendo el dolor en la cintura, me doy cuenta de que no voy a poder aguantar en esta chamba. Nomás de pensar en que tengo que hacer este trabajo ocho horas diarias hasta se me va el hambre. Entonces me decido y preparo un plan: voy a hacer que me corran.

d)    Subversión
Cuando entramos me hago guaje con las cajas más chiquitas y comienzo a rezongar, tratando de que todos me oigan. Algunos compañeros se acercan y me reclaman: ora chavo, no te hagas pendejo que nos van a castigar, pero yo: no, ¡qué pinche trabajo!, que parecemos burros y todo por un mugre sueldo mínimo, y muchos cuates curiosos se acercan a ver qué pasa y yo me empiezo a sugestionar y sigo échele y échele: porque todavía si los dueños fueran mexicanos, pero no, son gringos y hasta se llevan la feria del país, y de repente ya no estoy actuando y soy sincero y me creo lo que estoy diciendo: ¡que nos están jodiendo!, y parece que los demás también, porque las máquinas empiezan a pararse y se hace una bolota de gente a mi alrededor. Y cuando estoy gritando más fuerte y todos apoyan en silencio lo que digo de los ricachones que le están chupando la sangre al pueblo, llega el sobrestante y dice que estoy despedido, que pase a la caja a que me liquiden. Y desde las oficinas, al fondo de la fábrica, alguien bien vestido me mira a través de las cortinas.
            En ese momento vuelvo a la realidad y me bajo de la mesa a la que me había subido sin darme cuenta. Y apenas empiezo a caminar rumbo a la salida, cuando se suelta una gritería: ¡que no se vaya, que es un abuso, que no hay derecho!, y entre ellos está Pedro que no grita, nada más me ve con los ojos bien abiertos, como si no entendiera nada. En medio del relajo, el sobrestante sale corriendo asustado hacia la oficina, y por los altavoces se oye que alguien dice: el señor puede quedarse, por favor vuelvan a su trabajo.
            Todos gritan y aplauden y me dan palmadas en la espalda. Y mientras me felicitan yo miro el cerro de cajas amontonadas. Qué chinga me pararon.

Gustavo Masso
 (El Albañilito Rodríguez, Editorial Universo)

martes, 17 de diciembre de 2019

De un libro que pocos recuerdan :



LA MADRUGADA DE LOS ABORTADOS








            Hallábame, sabadito por la noche, fiesta clasemediera en la Narvarte, vodka tonic en la diestra, hasta la madre de aburrido, mirando los intentos de mis contertulios por hacer notar cómo estaban de divertidos, ellos muy en su onda con pantalones y chamarras deslavados y envejecidos artificialmente, y ellas pintadas y vestidas como para un halloween, tratando todos de apantallar con este pasito dance que me sale muy bien o con el ponchis ponchis que aprendí en Tijuana.
            Hallábame decía, muy aburrido, sí, hasta la madre, y habiendo llegado a la triste conclusión de que era más fácil encontrar una película en la que ganaran los proletarios, que hallar alguien inteligente con quien platicar, decidíme a pirarle.
            Aprovechando una pausa en el remedo de música que interpretaban a la perfección los Hijos de Timbiriche, me despedí rápidamente con un ai se ven y un se lo lavan, y tirando el amargo tonic en un rosal seco, que lo necesitaba más que yo, monté en mi democrático Volkswagen y salí en busca de mejores humos en el ambiente viciado de nuestra gran ciudad, aliviando mis oídos con el sonido de mi veintiúnica cinta de los Beatles: El sargento pimienta.
            Y hete aquí que voyme a encontrar con tres cuates que piden aventón. Como me paso de largo, puedo ver por el espejo los brazos de los tres alzándose al unísono en una perfecta mentada de madre, tal y como mandan los cánones, y suelto una carcajada. Con la risa algo se rompe en mi interior y me doy cuenta de la tensión en que había estado toda la noche. Sintiéndome liberado, freno el coche con un rechinido y les hago señas de que vengan.
            Llegan a la carrera y se sientan dos atrás y uno adelante. Para dónde van, que a Garibaldi, pues yo también, y nos vamos platicando. Este es Pepe, yo Güicho y al chaparrito le dicen El Aborto (y nomás hay que verlo para saber por qué), yo me llamo Fernando, mucho gusto.
            Me cuentan que trabajan en una fábrica y yo les digo que estudio. Se ve que eres burgués, dice Güicho, por qué, pos porque tienes coche. Ah chingá, ¿sabes lo que quiere decir burgués?, no, pos no sabe, pero para él todos los que tienen coche son burgueses. Mejor no discuto, se nota que ya andan servidos, no me vaya a tocar madrina.
            Pepe pide un cigarro y empiezan a circular los Delicados. Yo acepto uno y escondo discretamente mis Winston
            Llegamos a Garibaldi y entonces me les pego descaradamente: adónde vamos, que al Bombay, ya van. Pero cuando les digo que nomás traigo veinte varos se asombran, aunque se nota que también les da gusto. Güicho saca unos billetes, me presume: son quinientos Nando, y me invita. Sigue necio en que soy burgués, pero se ve que eres buena gente.
            Entramos pues al Bombay y Güicho ordena cubas para todos, Pepe se jala a una vieja, quién sabe de dónde y el Aborto nomás fuma y toma muy callado, mientras Güicho me cuenta de su chamba, que es una joda gacha toda la semana, y el sueldo apenas le alcanza, le tiene que dar la mitad a su jefecita, pero los sábados hay que pasarlos con los cuates, ¿no crees?, pues claro.
            Y después de unas horas, cuando Pepe ya se desapareció un rato con la vieja y luego volvió solo, y el Aborto no ha dicho una palabra y Güicho y yo ya estamos bien briagos, llaman al mesero y hacen coperacha entre ellos para pagar la cuenta.
            Salimos al aire frío de la madrugada apoyándonos unos en otros, yo con mis veinte pesos en la bolsa, sintiéndome culpable, cuando de pronto Güicho se para a media calle y chingas a tu madre pinche Pepe, vamos a echarnos un tiro, y Pepe: vas cabrón, sale y vale, y se agarran y se revuelcan en el suelo entre botellas y vómitos de borrachos. Me cae que no entiendo nada. No están jugando porque se pegan con ganas. Güicho ya está sangrando de la nariz, tirado en el suelo y Pepe furioso todavía le da patadas en la cara hasta que se cansa, luego le da la mano y lo ayuda a levantarse y se van abrazados, perdóname hermanito, a sentarse en la banqueta.
            Yo estoy asombrado y no sé qué pensar, pero entonces noto que El Aborto me mira fijamente con sus ojos turbios por el alcohol. Me está esperando.
            Comprendo todo y voy a su encuentro. Hay que cumplir el rito, ¿verdad compadre?, hay que pegar y que nos peguen, Aborto, porque nos están chingando, ¿no?, y los golpes tienen que dar en algo sólido, no le hace si es tu nariz o mi boca, ya te entendí, ¿verdad que sí Güicho y Pepe?, ahora dame la mano, Aborto, y ayúdame a levantarme.
            Por eso, cuando estuvimos los cuatro sentados en la banqueta sobándonos las heridas, saqué mi dinero y fui corriendo a traer una anforita de tequila. Chúpenle cuates, pero no sean ojetes y pasen la botella. No se apuren que para todos hay.

lunes, 16 de diciembre de 2019

Poemasso's




Poemasso's





Uno

Te recuerdo
con un fuego
prendido
en mis entrañas.
Entonces
se abate una niebla
llena de humo
y frío gris
en mi horizonte.
Los impulsos
que motivan
a mi mente
siempre llegan
desde ti.










dos


Que triste
dulcemente anochecido
divagante de tí.













tres


Si dijese
que estás en mis sueños
mentiría.
Mis sueños
no están llenos
de fantasmas
que es en lo que tú
te has convertido.
Tu aparición ocurre
casi siempre
ya en el alba.
Llegas
rodeada por el aura
polvorienta y gris
de los amaneceres
citadinos
a poblar de inquietudes
mi terrible
y desolado
día.











cuatro



Se reventaron los diques
que el amor acumulaban.
Nada habrá quedado:
nada.
Sólo polvos y humo.
Solo.










cinco



Hay recuerdos
que se afincan
en la mente.
Una calle,
una ciudad
que ha sido nuestra.
Algún bar
que cobijó
nuestro cariño.
Cualquier beso,
una lágrima
cuajada en tu mejilla.
Y en la madrugada
las caricias.
Un camino que recorro
a todas horas.
Voy y vengo.
Ida y vuelta
entre la evocación
y el sueño.







seis


Algo de mi felicidad
quedó contigo.
quedó contigo
todo lo que yo soñaba.
Los tiempos idos:
el beso a medianoche
que te daba;
el tacto de tu piel,
tu voz callada
en la suave penumbra
de una habitación
extraña.
Parte de mi voluntad
contigo queda:
mis ansias plenas,
mi empuje ante la vida,
mis poemas.
Llego al final
de una jornada y,
aparte de mi amor,
no queda nada
más que un dolor
que agobia y pesa,
y la certeza
de que parte
de mi vida en ti
se queda.







siete


Afuera llueve.
Te proyectas
una vez más
en mi memoria:
imagen imprecisa
entre el humo rancio
de los cigarrillos.
Afuera todos hablan.
Palabras que se pierden
se diluyen:
un confuso stacatto
a tu recuerdo.
Afuera hay gente
que me exige.
Hay luz o sombra,
polvos y humo,
tristezas y quebrantos.
Adentro sólo tú.
Y la terrible certeza
de tu ausencia.










ocho



Que en las noches

no te tengo.

Que no he podido,

quizás,

inventarte.

Pasa el tiempo

y se agota
mi
memoria











nueve



Una etapa más que acaba.
Un libro que al final
se cierra
(y después la nostalgia).
Ahora sólo puedo
reafirmar mi amor.
Tu cuerpo, tu mente
hace tiempo
que dejaron de ser míos.
Hoy retorno
a los afanes de la vida.
Tus besos tienen
el sabor de los adioses.








diez



Un camino recorrido
a todas horas:
he aprendido a olvidar
empeñado en recordarte.
Evocar, en tu ausencia,
tu perfume.
El brillo exacto
del sol en tu cabello.
La música, las canciones,
las calles en que caminamos;
las lluvias que a ambos
nos mojaron.
Los pequeños hechos,
sutiles casi siempre,
que formaron
nuestra historia compartida
y que hoy,
hacia el futuro,
son ya una cicatriz.









once



Ella es canción de alborada,
ansias de querer vivir.
Ella es abrigo y morada
que es lo que me falta a mí.

Ella es viento en la arboleda,
canción de noches sin fin,
besos y caricias plenas
que es lo que me falta a mí.

Yo soy el cierzo invernal.
soy manantial que no fluye,
pasión que el tiempo diluye:
cataclismo conceptual.









doce



La sublime simpleza
de un comienzo
(añoranzas regresivas),
y el recuento de la vida
que huye.
El papel que otra vez
la tinta mancha
habrá de delatarnos
a futuro.
Son torrentes
que se escapan
por la espita abierta:
Un retorno
hacia los días coherentes.
Las barreras del misterio
derrumbadas.
Conocimiento adquirido
que habrá de conducirme
a un simple y puro
tedio.







trece



Un viento frío
traspasa las ventanas.
El mundo luminoso
retrocede.
Este es el tiempo
de la noche.
El silencio ha caído
sobre el mundo.
Podría ser feliz,
pero estoy triste.
Pudiera estar contigo
y estoy solo.
Llego de vuelta
a muchas cosas
y mi corazón
es una piedra.
El silencio
ha caído
sobre
el mundo.





catorce



El tiempo,
ahora lo vemos,
es el aglutinante del amor.
Refuerza, consolida
y lo hace invulnerable.
Los años se desgranan.
Los días se pulverizan
en la vida.
Hoy vuelve a ser posible
creer en la pareja.
El cosmos vive y late.
Las nebulosas se condensan.
Los astros simplemente giran.
El universo,
como el amor,
es infinito.










Gustavo Masso O.
Agosto del 2001
dibujos y viñetas por
Rosario Ochoa,
Mario Luce
y el autor.

Uno hiperbreve

La punta de la madeja Cuando ella descubrió su primera cana quiso arrancarla de un tirón, pero como el odioso pelo blanco se prolonga...