martes, 17 de diciembre de 2019

De un libro que pocos recuerdan :



LA MADRUGADA DE LOS ABORTADOS








            Hallábame, sabadito por la noche, fiesta clasemediera en la Narvarte, vodka tonic en la diestra, hasta la madre de aburrido, mirando los intentos de mis contertulios por hacer notar cómo estaban de divertidos, ellos muy en su onda con pantalones y chamarras deslavados y envejecidos artificialmente, y ellas pintadas y vestidas como para un halloween, tratando todos de apantallar con este pasito dance que me sale muy bien o con el ponchis ponchis que aprendí en Tijuana.
            Hallábame decía, muy aburrido, sí, hasta la madre, y habiendo llegado a la triste conclusión de que era más fácil encontrar una película en la que ganaran los proletarios, que hallar alguien inteligente con quien platicar, decidíme a pirarle.
            Aprovechando una pausa en el remedo de música que interpretaban a la perfección los Hijos de Timbiriche, me despedí rápidamente con un ai se ven y un se lo lavan, y tirando el amargo tonic en un rosal seco, que lo necesitaba más que yo, monté en mi democrático Volkswagen y salí en busca de mejores humos en el ambiente viciado de nuestra gran ciudad, aliviando mis oídos con el sonido de mi veintiúnica cinta de los Beatles: El sargento pimienta.
            Y hete aquí que voyme a encontrar con tres cuates que piden aventón. Como me paso de largo, puedo ver por el espejo los brazos de los tres alzándose al unísono en una perfecta mentada de madre, tal y como mandan los cánones, y suelto una carcajada. Con la risa algo se rompe en mi interior y me doy cuenta de la tensión en que había estado toda la noche. Sintiéndome liberado, freno el coche con un rechinido y les hago señas de que vengan.
            Llegan a la carrera y se sientan dos atrás y uno adelante. Para dónde van, que a Garibaldi, pues yo también, y nos vamos platicando. Este es Pepe, yo Güicho y al chaparrito le dicen El Aborto (y nomás hay que verlo para saber por qué), yo me llamo Fernando, mucho gusto.
            Me cuentan que trabajan en una fábrica y yo les digo que estudio. Se ve que eres burgués, dice Güicho, por qué, pos porque tienes coche. Ah chingá, ¿sabes lo que quiere decir burgués?, no, pos no sabe, pero para él todos los que tienen coche son burgueses. Mejor no discuto, se nota que ya andan servidos, no me vaya a tocar madrina.
            Pepe pide un cigarro y empiezan a circular los Delicados. Yo acepto uno y escondo discretamente mis Winston
            Llegamos a Garibaldi y entonces me les pego descaradamente: adónde vamos, que al Bombay, ya van. Pero cuando les digo que nomás traigo veinte varos se asombran, aunque se nota que también les da gusto. Güicho saca unos billetes, me presume: son quinientos Nando, y me invita. Sigue necio en que soy burgués, pero se ve que eres buena gente.
            Entramos pues al Bombay y Güicho ordena cubas para todos, Pepe se jala a una vieja, quién sabe de dónde y el Aborto nomás fuma y toma muy callado, mientras Güicho me cuenta de su chamba, que es una joda gacha toda la semana, y el sueldo apenas le alcanza, le tiene que dar la mitad a su jefecita, pero los sábados hay que pasarlos con los cuates, ¿no crees?, pues claro.
            Y después de unas horas, cuando Pepe ya se desapareció un rato con la vieja y luego volvió solo, y el Aborto no ha dicho una palabra y Güicho y yo ya estamos bien briagos, llaman al mesero y hacen coperacha entre ellos para pagar la cuenta.
            Salimos al aire frío de la madrugada apoyándonos unos en otros, yo con mis veinte pesos en la bolsa, sintiéndome culpable, cuando de pronto Güicho se para a media calle y chingas a tu madre pinche Pepe, vamos a echarnos un tiro, y Pepe: vas cabrón, sale y vale, y se agarran y se revuelcan en el suelo entre botellas y vómitos de borrachos. Me cae que no entiendo nada. No están jugando porque se pegan con ganas. Güicho ya está sangrando de la nariz, tirado en el suelo y Pepe furioso todavía le da patadas en la cara hasta que se cansa, luego le da la mano y lo ayuda a levantarse y se van abrazados, perdóname hermanito, a sentarse en la banqueta.
            Yo estoy asombrado y no sé qué pensar, pero entonces noto que El Aborto me mira fijamente con sus ojos turbios por el alcohol. Me está esperando.
            Comprendo todo y voy a su encuentro. Hay que cumplir el rito, ¿verdad compadre?, hay que pegar y que nos peguen, Aborto, porque nos están chingando, ¿no?, y los golpes tienen que dar en algo sólido, no le hace si es tu nariz o mi boca, ya te entendí, ¿verdad que sí Güicho y Pepe?, ahora dame la mano, Aborto, y ayúdame a levantarme.
            Por eso, cuando estuvimos los cuatro sentados en la banqueta sobándonos las heridas, saqué mi dinero y fui corriendo a traer una anforita de tequila. Chúpenle cuates, pero no sean ojetes y pasen la botella. No se apuren que para todos hay.

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